miércoles, 1 de noviembre de 2017

Economía fraterna, en concreto

                                                                                   Tú ves las cosas y dices: “¿Por qué?”
Pero yo sueño cosas que nunca han sido, y digo: “¿Por qué no?”

                        George Bernard Shaw

1. Introducción

   Continuando con las ideas presentadas en nuestra reflexión anterior, pensemos ahora en concreto.[1]
   Pensemos, por ahora, un mundo posible no muy diferente al nuestro en algunos aspectos (aunque muy distinto en otros). Pensemos en nuestros supermercados y otros comercios; en nuestros camiones y trenes distribuyendo productos a esos locales; en nuestras escuelas y universidades; en nuestros hospitales; en nuestro sistema de gobierno democrático y republicano.
   Pensemos ahora un sistema educativo que ayuda a que cada persona descubra su vocación, y ayuda a que esa vocación se transforme finalmente en su profesión. Hoy en día quienes tenemos la posibilidad de trabajar en aquello que es nuestra vocación nos sentimos privilegiados. Y es muy duro trabajar muchas horas por día en algo que no es afín a uno, y sólo debe ser sobrellevado para poder subsistir. En este mundo posible, una clave esencial es el ejercicio de un trabajo libre, creativo, participativo y solidario.[2] Esto es excelente para la persona y para la sociedad: para la persona, pues disfruta de aquello que es su trabajo; para la sociedad, pues quien trabaja de aquello que es su vocación ofrece el mejor producto, servicio, arte u oficio, pues lo hace de corazón.

2. La tarjeta de economía.

   Muchos de nosotros tenemos una tarjeta de débito y/o de crédito. Pensemos en una tarjeta semejante, que podríamos llamarla “tarjeta de economía” (o “ecocard”, si se prefiere un nombre más práctico, universal y “publicitario”).
   Y ahora empieza el esfuerzo de imaginación: esta sociedad se mueve sin dinero. Lo que la “ecocard” registra es que yo estoy realizando mi trabajo del modo adecuado. Y ése es mi aporte (y el de todos y cada uno) a esta sociedad: el trabajo.

3. Producción, consumo y disfrute.

   A nuestro sistema actual se le llama, a veces, “sociedad de consumo”. Pero, en realidad, nuestra economía es –principalmente– especulativa.[3]  La sociedad que yo propongo es sí, en verdad, una 


sociedad de producción y consumo. Los bienes no son considerados como mercancías, ni se usa dinero. Cada uno produce para la comunidad de acuerdo a sus capacidades, y cada uno toma de ese “producto global” aquellos bienes que necesita o que le convienen para hacer su vida mejor.
   Se producen bienes materiales (alimentos, vestidos, viviendas, etc.), o espirituales (cultura, artes y ciencias); y se prestan servicios (medicina, educación, administración, etc.). Y los bienes sobreabundan.
   Los bienes se acumulan –y los servicios se prestan– en lugares semejantes a los actuales: hay locales en los cuales se exponen y de los cuales se retiran los distintos productos, hay hospitales, escuelas, universidades, etc.
   Cuando la persona cumple con sus obligaciones laborales (hay un cupo de horas y/o de objetivos que se pautan para cada persona, según su capacidad y según las necesidades de la comunidad), se mantiene activa (o “con luz verde”) la “ecocard”, que le da acceso a la persona a todos los bienes y servicios.[4]
   Lo que presentamos hasta aquí es ya una mejora enorme respecto de nuestra situación actual: no hay desocupación pues todos colaboran, y no hay salario insuficiente para acceder a bienes necesarios: nadie morirá de hambre en un mundo en que (como hoy) sobran los alimentos,[5] nadie morirá por la falta de un medicamento o de un tratamiento médico demasiado caro.

4. Acceso a los bienes, en concreto

   ¿Cómo funciona concretamente? Supongamos que un médico sale del hospital en que presta sus servicios y necesita pasar por el local correspondiente para buscar alimentos. Entra allí con su carrito, recoge todo lo que necesita y –cuando sale– no hay un “cajero” (pues no hay dinero) sino una persona que –como los antiguos cajeros– pasa por el “lector de código de barras” los productos que el médico está llevando, tanto para ir descontándolo del stock, como para evitar abusos en los productos que se
 llevan los consumidores.[6] Finalmente, al pasar la tarjeta digital del médico, una “luz verde” en el monitor, indica que la persona puede retirar esos productos, pues está realizando sus tareas pautadas (y el volumen de productos que retira está dentro de los márgenes razonables de consumo pautados para él... y su familia, en el caso de que la tenga).[7] Si hay algún inconveniente, interviene personal administrativo que ‒fraternalmente, pues estamos en una economía fraterna‒ indaga cuál es el problema y aclara o resuelve la situación. Como la buena voluntad es la actitud de la mayoría, es fácil encontrar soluciones a los problemas que surgen.
   Y en lo que se refiere a “bienes durables” como los inmuebles o los vehículos, el asunto es semejante. Por ejemplo, si una familia se agranda por el nacimiento de hijos y necesitan una casa más grande, simplemente se la solicita y la casa es otorgada por el órgano administrativo correspondiente. De un modo parecido a como hoy una familia pide un préstamo hipotecario o se incorpora a un plan de viviendas sociales fomentado por el Estado (y en cada caso hay una serie de averiguaciones que hacen la entidad bancaria o el Estado para verificar la posibilidad o pertinencia de lo solicitado) en nuestro caso, más simplemente aún, se verifica la necesidad o conveniencia de esa familia… y listo.
   Con lo cual estamos diciendo que en esta economía fraterna hay propiedad privada: cada familia tiene su casa, por ejemplo. Sólo que accede a ella –no de modo oneroso como sucede ahora‒ sino por simple adjudicación. Y, de modo parecido a cómo sucede ahora, puede intercambiarla por otra vivienda más conveniente (y de nuevo la diferencia es que esto no sucede por medio del dinero, sino por el simple intercambio de una vivienda por otra).[8]
   Respecto de vehículos para uso particular, recordemos lo dicho en el artículo anterior: En lugar de seguir contaminando la atmósfera multiplicando la cantidad de vehículos ‒lo que beneficia a las industrias automotrices, petroleras­ y afines‒ podríamos diseñar un sistema de transporte público inteligente, cómodo y eficiente; además de acelerar el desarrollo y utilización de motores no contaminantes.[9] Además, con el sistema inmobiliario que presenté recién, una familia podría pedir una mudanza a una vivienda cercana al lugar de trabajo, con lo cual se reducirían el cansancio humano, el tiempo perdido en el viaje, el consumo de energía, el tránsito vehicular y la contaminación. Esa cercanía entre la vivienda y el lugar de trabajo también fomentaría el uso la bicicleta, por ejemplo.
   Además, cuando digo “transporte público” no me refiero sólo a autobuses, sino también a taxis o semejantes que pueden hacer un traslado de “puerta a puerta” cuando es necesario, como así también hacerlos en horarios poco usuales, como trasladar un médico a un hospital en donde se lo necesita con urgencia.
   Aún así, en algunos casos puede ser necesario o conveniente un vehículo para uso particular, lo cual seguirá una gestión parecida a la que describimos recién para la vivienda: se presenta la solicitud al órgano administrativo correspondiente, el cual evalúa la pertinencia del pedido y eventualmente otorga el vehículo conveniente. Esto tampoco se diferencia mucho de lo que hoy es la compra de un vehículo, situación en la cual hay instancias de evaluación, como la capacidad del comprador para afrontar las cuotas y etc.[10]

5. Acceso a los bienes asegurado

   En esta sociedad fraterna nadie retacea su capacidad de trabajo; pues, por una parte, cada uno trabaja de aquello que le gusta (y no muchas horas); y por otra parte, todos se han dado cuenta que su mejor “negocio” es que la sociedad funcione bien, pues eso les garantiza a todos y para siempre el disfrute de todos los bienes que las primitivas sociedades basadas en el capital no habían logrado nunca.[11]

6. Educación

   Además, la educación que estas personas reciben desde el inicio les manifiesta las bondades del sistema. Y de este modo, la seguridad económica es la mayor posible para todos, pues el único modo de no acceder a bienes (aunque más no sea, a los bienes básicos) debería ser una catástrofe global que afectara profundamente a la naturaleza.
   Por otra parte, el volumen de trabajo que se pide a cada persona es mucho menor a lo que sucedía en las viejas sociedades. Pues como todas las personas colaboran (cosa que no pasaba en las viejas sociedades, donde muchas personas no trabajaban o lo hacían en actividades que no eran productivas o no redundaban en el bien de todos) entonces no es necesario que nadie trabaje más de seis horas por día.
   Los niños y jóvenes no trabajan, sino que esta sociedad inteligente invierte en su formación todo el tiempo que va hasta sus 20 o 24 años de edad, según los casos.
   Qué actividad conviene que realice cada uno, se va aclarando a lo largo de un proceso educativo inteligente y personalizado (que ahora no está limitado por presupuestos en dinero), que ayuda a cada niño y joven a ir descubriendo sus capacidades y vocación. Pues cuando uno trabaja en aquello para lo que tiene real capacidad y vocación, como dijimos antes, lo hace con gusto y con calidad.
   De este proceso educativo surgen profesionales, docentes, artistas, personal administrativo, deportistas, etc.; cada uno, de acuerdo a sus capacidades y vocación. Los jóvenes así formados se incorporan a la vida activa, hasta sus 60 años (y digo 60 años para indicar que cada uno aporta a la sociedad el doble de tiempo que la sociedad invirtió en su formación; nada impide que -como cada uno trabaja en lo que le agrada- alguien siga ejerciendo su actividad mientras quiera y pueda).

7. Algunas cuestiones particulares

   Según la antigüedad laboral de cada uno, las vacaciones son más o menos prolongadas, y en destinos más o menos alejados.
  Eventualmente, si hay trabajos que no quieren ser asumidos por las personas en cantidad suficiente para cubrir las necesidades de la comunidad, se estimula a que algunos se inclinen a asumir estos trabajos, ofreciendo algún beneficio suplementario. A veces, también será posible sustituir la mano de obra humana por máquinas o robots. O algunas tareas indeseables pueden ser penas para delitos que se cometan.[12]
   Las personas jubiladas, disfrutan de los mismos bienes que tuvieron durante su vida activa, es decir, de todo aquello que les resulta conveniente para tener calidad de vida. Y las personas que sufren alguna incapacidad colaboran en la medida de sus posibilidades ‒como todos los miembros de la comunidad‒ haciendo tareas que los insertan en la vida social de modo tan pleno como sea posible.
   Las personas que están enfermas temporariamente, o sufren una incapacidad permanente y no pueden trabajar, son sostenidas por el resto de la comunidad global, que produce bienes de sobra, para todos.
   Dado que hay mucho tiempo libre (recordemos que trabajan como máximo seis horas) dedican mucho tiempo a la familia, a los amigos, al arte, a la cultura, al deporte, y el clima es de abundancia, alegría y paz.

8. El sistema político

   Y nada impide que este sistema económico fraterno sea completamente compatible con un sistema político democrático y republicano. Es más: esto mejoraría, pues los puestos políticos no darían privilegios, sino que ese servicio a la sociedad estaría recompensado del mismo modo que todos los demás.
   Naturalmente, este sistema no eliminaría ni el egoísmo ni los delitos. Por eso serían necesarios un poder judicial, agentes de seguridad y un sistema penal adecuados, semejantes a los actuales. Pero sobre eso nos extenderemos en otra oportunidad…

Estas reflexiones continúan en
ECONOMÍA FRATERNA: 3 HISTORIAS POSIBLES...




[1] La reflexión anterior se llama “Economía fraterna” y es del 25/05 de este año, y se puede encontrar haciendo clik en la pestaña superior llamada “Economía” o haciendo clik en el siguiente enlace: ECONOMÍA FRATERNA
[2] Son palabras de Francisco en Evangelii Gaudium 192.
[3] En 2002 el volumen en dólares de la especulación financiera era 30 veces mayor que el PBI mundial. Cf. H. Kempf, Para salvar el planeta, salir del capitalismo, Buenos Aires, 2010; p. 24.
[4] Tal como sucede en nuestras sociedades, hay personas que se encargan de monitorear que cada uno cumpla con su trabajo.
[5] Desde 2008 estamos en capacidad de producir alimentos para 12.000 millones de personas… en ese momento no éramos siquiera 7000 millones; y se calcula que para fin de siglo habrá unos 10.000 millones: véase en www.derechoalimentación.org, el informe 2008 “Hacia una nueva gobernanza de la seguridad alimentaria”, en p. 14.
[6] Estos datos de consumos también sirven para evaluar la economía en curso, y planificar la futura.
[7] Si alguien objetara que esto implica un “control social”, la respuesta es que se trata de un control mucho más flexible y humano que el monto salarial que cada persona recibe hoy, y que puede no permitirle acceso a bienes que necesita. Y esto sin contar todos los controles fiscales y financieros que tenemos hoy… y no mencionamos los controles ilegales que se hacen husmeando en los consumos de las tarjetas de crédito y débito, compras por internet, etc.
[8] Esta propiedad privada puede incluir todos aquellos bienes necesarios o convenientes para la vida o la actividad de la persona, familia o grupo. Por ejemplo, maquinarias, herramientas, etc.
[9] Un autobús ocupa el lugar de dos automóviles y puede llevar a unas treinta personas sentadas: en lugar de treinta automóviles con un conductor cada uno ­‒y treinta motores en marcha‒ tendríamos sólo un motor en marcha y quince veces más espacio en las calles.
[10] Un efecto colateral no menor es la disminución drástica de los juicios y litigios que se generan en torno a estos bienes, con las consecuencias de disgustos, peleas, daños a la salud física y psíquica, etc.
[11] Se suelen recordar los “cracks” de 1929 y 2008, ambos debidos –no a problemas económicos, es decir, de falta de insumos, de energía, o de bienes– sino a problemas especulativos. Es categórico el ejemplo de Islandia que era el país con mejor nivel de vida a principios de 2008, y que a finales de 2008 estaba en default y con todo su gabinete de gobierno renunciado: la vieja economía de capitales no podía garantizar –no a una persona particular, no a una empresa– ni siquiera podía garantizar a una nación (establecida como la mejor), que conservara su nivel de vida... por más de doce meses.
[12] Alguien alguna vez me objetó: “¿quién elegiría ser recolector de residuos?”. Pues aquí hay tres respuestas. Y no hay que menospreciar la primera opción: hay gente que elegiría ser recolector de residuos un día a la semana (es decir: seis horas), si eso le dejara todo el resto de la semana libre.

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